7:00 am. Viernes. Suena la alarma. A penas
se oye, pero lo suficiente para romper mi frágil sueño… Frágil, porque al menos
me desvelo dos o tres veces por la noche. Esta noche, al menos, no ha sonado el
teléfono de madrugada, como otras noches.
En pie. Toca vestirse, desayunar
y coger el metro. Hacer trasbordo y llegar a General Mitre.
8:50 am. Paso el control y subo con varios
desconocidos… Desconocidos, porque aunque trabajemos en la misma compañía, cada
uno trabaja en una planta diferente. Algunos no me los volveré a cruzar hasta
dentro de unos días, ya que hay dos ascensores, y a veces, no entramos a la
misma hora. Llego a mi planta.
Algunos de mis compañeros de
departamento ya están en sus puestos, otros, están a punto de llegar. Es un
ambiente de trabajo algo silencioso… Pero me gusta. Me divierto con lo que
hago. Estoy aprendiendo a poner en práctica lo aprendido en los cursos
que he estudiado y, lo mejor, estoy aprendiendo cosas que nunca había leído o
visto.
Llega mi marido. Se sienta frente mía y me sonríe y me dice, “hola
mujercita”. Es mi rubio de ojos verdes. Y con él rompiendo el silencio, va todo
más rápido.
M nos mira y se une a nuestro dúo
y el tren se pone en marcha a todo gas.
1:45 pm. Turno de comida. 45
minutos. Me encanta bajar y tener 3
platos a escoger de primero y de segundo, ya listos y de buena calidad, por menos de 3 €. Comemos en media hora y vamos a tomar un poco el aire y un café. Hoy tenemos suerte. Salimos antes.
4:00 pm. Mi marido y yo cerramos
ordenadores, recogemos y vamos al ascensor. Pasamos nuestras tarjetas y ya
estamos en la calle. Andamos hacia el cercanías, pero antes de subirnos,
tenemos el antojo de comprarnos unas castañas asadas. Nos las comemos como
críos pequeños. Me viene a la memoria el día de todos los santos, las abuelas y
abuelos que estaban en la puerta de los cementerios, vendiendo castañas asadas.
Bajamos en Diagonal y salimos
al exterior. Nos apetece andar. Llegamos a Plaza Cataluña. Nos compramos alguna
chuche en la tienda que hay cerca de Vía Laietana. Me modero comprando, por la
cuenta que me trae.
Caminamos hasta la Barceloneta.
Subimos por el Borne y decidimos ir a casa. Esta noche se queda a dormir
conmigo. Es su casa. Yo, solo su inquilina (y también amiga). Aunque él me dice, que aunque
sea su “anti hombre”, ya que soy rubia con ojos azules, estoy dentro del grupo de las
mujeres que más quiere, además, que soy más hombre que algunos hombres, con los
que él va de vez en cuando, jajaja... ¿Cómo no voy a quererle? .
10:00 pm. Preparamos cena y encendemos la TV. Ponemos TV3. Hay una película. Y yo, que sigo empeñada en mejorar el
catalán, pongo los subtítulos. Cenamos y mi marido me dice, ¿damos una vuelta?
Y yo, ¿por qué no? Así que nos duchamos, nos ponemos divinos y enfilamos hacia
el Gayxample. La noche, da de sí.
9:30 am. Sábado. Mi marido y yo
desayunamos y nos reímos, comentando la noche. Él sale corriendo, porque llega
tarde al trabajo que tiene los fines de semana desde hace más de 3 años.
Continúo metiendo mi ropa y
mis cosas en cajas. Segunda mudanza en menos de seis meses. Se acaba pronto mi
trabajo y vuelvo a casa… Es la primera vez que vuelvo a mi casa familiar, desde que me fui hace tres años y medio.
La segunda vez que volvería a mi
casa familiar, se repetiría 6 años después. Pero no volvería de Barcelona.
Sería de Madrid. No sería una vuelta tan alegre. Sería más triste… En
aquel momento, no sabía que sería el principio de mi nueva vida…
A veces decidimos qué hacer o no
hacer en un momento dado, tomamos mejores o peores decisiones, pero somos nosotros quienes
decidimos. Otras, nos dejamos llevar, no pensamos, simplemente, vivimos el
momento. Otras, es la vida la que decide por nosotros…Y otras, debemos aceptar
las decisiones de los demás, aunque no son las que hubiéramos deseado nosotros.
Con el tiempo, nos daremos cuenta, que no podemos luchar contra ciertas situaciones o decisiones. Debemos aceptarlas. El reloj de la pared dirá, si fueron las decisiones correctas o no. De momento, nos toca vivir el presente.
Al principio de regresar a mi pueblo, puse todo
mi empeño por volver a Madrid. Pero viví cosas, sentí emociones en un momento
dado, que hicieron que apostara por buscar trabajo cerca de casa y hoy, puedo
decir, que hice la apuesta ganadora.
Estoy pensando en comprar
un felpudo para la puerta de mi casa, sí, mi casa familiar, pero de momento es
sólo mía, que ponga: Bienvenida a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si quieres comentar, ¡no te cortes! Encantada de leer lo que tengas qué decir.