domingo, 13 de julio de 2014

Rutinas

7:00 am. Viernes. Suena la alarma. A penas se oye, pero lo suficiente para romper mi frágil sueño… Frágil, porque al menos me desvelo dos o tres veces por la noche. Esta noche, al menos, no ha sonado el teléfono de madrugada, como otras noches.

En pie. Toca vestirse, desayunar y coger el metro. Hacer trasbordo y llegar a General Mitre.

8:50 am. Paso el control y subo con varios desconocidos… Desconocidos, porque aunque trabajemos en la misma compañía, cada uno trabaja en una planta diferente. Algunos no me los volveré a cruzar hasta dentro de unos días, ya que hay dos ascensores, y a veces, no entramos a la misma hora. Llego a mi planta.

Algunos de mis compañeros de departamento ya están en sus puestos, otros, están a punto de llegar. Es un ambiente de trabajo algo silencioso… Pero me gusta. Me divierto con lo que hago. Estoy aprendiendo a poner en práctica lo aprendido en los cursos que he estudiado y, lo mejor, estoy aprendiendo cosas que nunca había leído o visto.

Llega mi marido. Se sienta frente mía y me sonríe y me dice, “hola mujercita”. Es mi rubio de ojos verdes. Y con él rompiendo el silencio, va todo más rápido.

M nos mira y se une a nuestro dúo y el tren se pone en marcha a todo gas.

1:45 pm. Turno de comida. 45 minutos.  Me encanta bajar y tener 3 platos a escoger de primero y de segundo, ya listos y de buena calidad, por menos de 3 €. Comemos en media hora y vamos a tomar un poco el aire y un café. Hoy tenemos suerte. Salimos antes.

4:00 pm. Mi marido y yo cerramos ordenadores, recogemos y vamos al ascensor. Pasamos nuestras tarjetas y ya estamos en la calle. Andamos hacia el cercanías, pero antes de subirnos, tenemos el antojo de comprarnos unas castañas asadas. Nos las comemos como críos pequeños. Me viene a la memoria el día de todos los santos, las abuelas y abuelos que estaban en la puerta de los cementerios, vendiendo castañas asadas.

Bajamos en Diagonal y salimos al exterior. Nos apetece andar. Llegamos a Plaza Cataluña. Nos compramos alguna chuche en la tienda que hay cerca de Vía Laietana. Me modero comprando, por la cuenta que me trae.

Caminamos hasta la Barceloneta. Subimos por el Borne y decidimos ir a casa. Esta noche se queda a dormir conmigo. Es su casa. Yo, solo su inquilina (y también amiga). Aunque él me dice, que aunque sea su “anti hombre”, ya que soy rubia con ojos azules, estoy dentro del grupo de las mujeres que más quiere, además, que soy más hombre que algunos hombres, con los que él va de vez en cuando, jajaja... ¿Cómo no voy a quererle? .

10:00 pm. Preparamos cena y encendemos la TV. Ponemos TV3. Hay una película. Y yo, que sigo empeñada en mejorar el catalán, pongo los subtítulos. Cenamos y mi marido me dice, ¿damos una vuelta? Y yo, ¿por qué no? Así que nos duchamos, nos ponemos divinos y enfilamos hacia el Gayxample. La noche, da de sí.

9:30 am. Sábado. Mi marido y yo desayunamos y nos reímos, comentando la noche. Él sale corriendo, porque llega tarde al trabajo que tiene los fines de semana desde hace más de 3 años.

Continúo metiendo mi ropa y mis cosas en cajas. Segunda mudanza en menos de seis meses. Se acaba pronto mi trabajo y vuelvo a casa… Es la primera vez que vuelvo a mi casa familiar, desde que me fui hace tres años y medio.

La segunda vez que volvería a mi casa familiar, se repetiría 6 años después. Pero no volvería de Barcelona. Sería de Madrid. No sería una vuelta tan alegre. Sería más triste… En aquel momento, no sabía que sería el principio de mi nueva vida…


A veces decidimos qué hacer o no hacer en un momento dado, tomamos mejores o peores decisiones, pero somos nosotros quienes decidimos. Otras, nos dejamos llevar, no pensamos, simplemente, vivimos el momento. Otras, es la vida la que decide por nosotrosY otras, debemos aceptar las decisiones de los demás, aunque no son las que hubiéramos deseado nosotros. Con el tiempo, nos daremos cuenta, que no podemos luchar contra ciertas situaciones o decisiones. Debemos aceptarlas. El reloj de la pared dirá, si fueron las decisiones correctas o no. De momento, nos toca vivir el presente.

Al principio de regresar a mi pueblo, puse todo mi empeño por volver a Madrid. Pero viví cosas, sentí emociones en un momento dado, que hicieron que apostara por buscar trabajo cerca de casa y hoy, puedo decir, que hice la apuesta ganadora. 

Estoy pensando en comprar un felpudo para la puerta de mi casa, sí, mi casa familiar, pero de momento es sólo mía, que ponga: Bienvenida a casa.