domingo, 18 de mayo de 2014

Que viene el coco

De terrores y miedos nocturnos. Así eran mis noches, y algunos de mis días, cuando era pequeña. Ahora, me río, pero hubo momentos, que lo pasé bastante mal. Era una miedosa de los pies a la cabeza. Pero de todos modos, si miramos hacia atrás, ya nuestros padres nos metían miedo (no intencionadamente, claro), con esa canción de cuna, tan infantil, que decía así: "Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá". O existe otra versión, que es "te llevará".... Jolines, si lo piensas, esta nana tiene su qué: no te duermes y encima, ¡¡te comen o te raptan!!... ¡Qué manera de acojonar a un crío pequeño!

Pero lo mío no terminaba con el "coco", soy una de las personas que ha creído fielmente en el “tío del saco… Un día, haciendo zapping, vi en el programa de “Cuarto Milenio”, un reportaje sobre que ese personaje había existido de verdad, y parecerá una tontería, pero me consolé sabiendo que mi miedo estaba justificado… Es verdad, aquí el que no se consuela, es porque no quiere.

A ver, soy la pequeña de dos hermanas. Me llevo tres años y medio con mi hermana mayor. Si tenéis hermanos mayores, ya sabéis los celillos que les dan, cuando llega una personita, que antes no estaba y pasan a ser los príncipes destronados. Pues, simplemente eso, es lo que le pasó a mi hermana conmigo. Ella tuvo gran parte que ver (no toda, por supuesto), con los feos personajes, que venían a colarse en mis sueños. Mi hermana, me decía cosas así como: “¿Has oído ese ruido?” o “Parece que he visto algo moverse por la habitación”… Y si no había oído o visto nada, tranquilos, que ella se encargaba que lo oyera o viera, ya que ella dormía al lado de la ventana, y cuándo me estaba durmiendo, tocaba la ventana y sino, tiraba algo por la habitación (ya que yo me dormía con esos pilotos de luz naranja infantiles, que iluminaban la habitación a más no poder) y ya os podéis imaginar cómo pasé las noches hasta mis 12 años…. Sí, “sólo” hasta los 12 años, ya que mis padres hicieron reformas en casa, y una de esas reformas fue una habitación para cada una de sus hijas. Sólo os digo, que gracias a mis miedos, tengo una de las aficiones y costumbres más bonitas de mi vida: leer para quedarme dormida. Creo que he llegado a leerme casi un libro entero, hasta que se me cerraban los ojos, y me dormía con la luz encendida y la puerta de mi habitación abierta, para dormirme oyendo a mis padres roncar... Los ronquidos, de pequeña, fueron una de mis nanas favoritas.


Cuando me iba a dormir, tenía un ritual antes de meterme en la cama: esconder todos los muñecos de la habitación dentro del armario, para que no hubiera nada que hiciera sombras con la luz del piloto naranja, y por supuesto, mirar debajo de la cama (hace unos años oí en un monólogo, una pregunta, que me dio un ataque de risa… y si un día, ¿hubiera mirado debajo de la cama y me hubiera encontrado a alguien? ¡¿Qué narices habría hecho?! Jajaja, ¿Le habría hablado e invitado a salir fuera, para que pudiera estirar las piernas? Menos mal, que nunca, como ya sabréis, me encontré a nadie bajo la cama). Sino hacía mi pequeño ritual, no conseguía dormirme. Y luego está, que esperaba que se durmiera mi hermana y saltaba a su cama y ahí me quedaba, más feliz, que una perdiz.

Tenía tanto miedo, que me estuve haciendo pis, o meando (como queráis decirlo), en la cama, hasta los 8 o 9 añitos, y todo, por no levantarme en mitad de la noche. También os digo, porque mi hermana se reía de mis miedos y era ella la que me asustaba, pero si yo llego a ser mi hermana y duermo con una persona sonámbula, como lo era yo de pequeña, sólo os digo que aún seguiría sin dormir. Evidentemente, no me acuerdo de lo que hacía cuando me despertaba por la noche, pero me han contado que andaba por casa, iba al baño, volvía, hablaba y todas esas cosas que suelen hacer los sonámbulos. Ya no me levanto por las noches, y si lo hago, no me entero, ya que a mi  lado no duerme nadie a quién molestar, por lo que puedo irme de fiesta y volver, y no enterarme de nada, simplemente, estaré más cansada que cuándo me acosté.


La primera vez que me quedé sola en casa, rondaría los 13 años. Mis padres habían quedado para cenar y mi hermana, con sus amigas. Imaginad el espectáculo: yo, encerrada en mi habitación, mi TV a todo volumen (sí, en mi casa hemos sido forofos de la TV, teníamos una en cada habitación (buenos tiempos en los negocios familiares), pero mi padre hizo ésto, cuando se dio cuenta que estaba rodeado de 3 mujeres y le era imposible ver el fútbol o la película que quisiera ver en la sala de estar, así que un buen día, apareció con una TV para cada una y nos dijo: si no os gusta lo que pongo, a vuestra habitación. Y surgió efecto. Mi padre, vivió mucho más tranquilo desde ese día). A lo que iba, cuando me encerré esa noche en mi habitación, no lo hice sola: cogí un palo y un cuchillo de cocina y me abstraje del mundo. Conté los minutos para oír la puerta de la cochera y salir corriendo a dejar en su sitio el cuchillo y el palo y volver a meterme en la habitación, como si nada hubiera ocurrido. Éste, pasó a ser otro de mis rituales, cuando me quedaba sola en casa. Pero este ritual duró poco, porque un buen día, dejó de darme miedo el quedarme sola y empezó a gustarme, ya que podía hacer aquello que no podía, cuando estaban mis padres o mi hermana en casa, como maquillarme o disfrazarme con lo que pillara de los armarios ajenos... ¿Veis? Aquello que nos daba miedo, puede transformarse en momentos únicos y entrañables de nuestra vida.

Es gracioso, pero a día de hoy, creo que los miedos son necesarios, a veces, para avanzar y madurar en algunos momentos de nuestras vidas. Los miedos, reales, o no, hacen que nos enfrentemos a aquellas cosas que nos dejan inmóviles. Los miedos viven con nosotros, pero no en nosotros y debemos aprender a dejarlos atrás y superarlos. Yo, tengo miedo a las alturas, pero me enfrento a ellas cuando veo la oportunidad, pero tampoco me quita el sueño, si no me subo a una torre, porque hay miles de cosas que quiero hacer, y no me dan tanto miedo, porque también hay que saber buscar otras opciones que no nos asusten tanto, o simplemente, aprender a mirar desde otra perspectiva.


También he aprendido a no tener tanto miedo a temas del corazón. He sabido, con el tiempo, y por lo vivido, que no tengo miedo a quedarme sola, ya que, realmente, no estaré nunca sola, pues estoy rodeada de gente que me quiere, tal y cómo soy. Lo que sí tengo miedo, es volver a estar con alguien, que me haga sentir sola. Por eso, aplico el refrán, “más vale sola, que mal acompañada”. No tengo miedo a no cruzarme con alguien que me acompañe en mi viaje. Ya no. He aprendido a que hay que intentar no desear aquello que no tienes, porque cuándo lo tienes, ansías aquello que tenías antes. Hay que vivir el momento, disfrutar de tu soltería, de tu pareja, de tus amigos, de una buena comida, de tu trabajo, aprender de las lecciones de tu pasado y dar la bienvenida al futuro. Y por supuesto, si se cruza “el coco” en nuestras vidas, tenemos que mirarle a los ojos e invitarle a una cerveza (o a un vino, lo que más le guste), ya que seguramente, lloremos de risa, por todas las historias que nos cuente, de personajes inventados por nuestra  imaginación a lo largo de nuestra vida, y nos daremos cuenta, que nuestros "cocos" sólo viven en nuestros "cocos".

Ahora, con mi hermana, me río a más no poder cuándo nos ponemos a recordar los sustos que me daba de pequeña, tanto, que alguna vez, recordando, volví, sin querer, a mis andadas, de hacerme pis encima, pero esta vez, no de miedo, sino de risa...

Tenemos que echar cemento al miedo y construir un escalón con él, para ayudarnos a saltar el muro y ver más allá de lo que nos impide ver las estrellas. Si no te ves con fuerza, coge mi mano, o la de un amigo, y, entonces, ¡salta y aprende de tus miedos!

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